@gianmarcogreci
En Kaisairiani, a las afueras de Atenas, hay un antiguo campo de tiro que hoy en día hace de monumento a la resistencia griega durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en ese lugar donde el primero de Mayo de 1944 los Nazis alemanes ejecutaron a cerca de 600 griegos, entre los que se encontraban 200 comunistas. Fue también el lugar donde Alexis Tsipras, el griego que estremece a Europa con la victoria de su partido de izquierda radical – Syriza, decide realizar sus primeros actos públicos como primer ministro. Tsipras le ofrece flores a la memoria de aquellos griegos que le hicieron resistencia a los alemanes, mientras la multitud que lo acompaña grita con entusiasmo “¡las naciones deben tomar el camino de la resistencia!”.
Alexis Tsipras, quien en repetidas oportunidades ha reiterado que quiere “devolverle a los griegos su dignidad”, no tiene intenciones de esconder su postura sobre quienes son los responsables de que la perdieran: Angela Merkel y su política de austeridad.
La mezcla de fascinación y temor con la que Europa recibió a Tsipras entre sus líderes es evidencia de la polarización que caracteriza cada ves más a su población. Los pro/anti Merkelismo parecen haber de momento sustituido a la derecha/izquierda como principales ejes políticos, y Tsipras se ha convertido en el vocero principal del anti-Merkelismo. Aunque son pocos los líderes que hasta ahora se han manifestado en apoyo total al nuevo primer ministro griego, su mensaje anti-austeridad podría generar un nuevo balance de poder que permitiría la aparición de otras voces. Este panorama también permitiría que líderes descontentos con la austeridad, aún sin llegar a tener el mensaje radical de Tsipras, puedan ventilar sus posiciones con más libertad y confianza. Tanto el presidente francés Fraçoise Hollande como el primer ministro italiano Matteo Renzi, por ejemplo, han intentado alejarse parcialmente del rigor fiscal prescrito por la canciller alemana, y el nuevo orden político podría hacerlos ver como una disidencia menos radical; la moderación entre los polos. El primer ministro francés Manuel Valls expresó que muchos entienden que “las medidas disciplinarias de austeridad ya no pueden ser el proyecto de la Unión Europea”.
A nivel internacional también se está poniendo en evidencia la polarización. Mientras que Merkel reitera que no hay posibilidad de cancelar la deuda, y que Europa necesita atenerse a su disciplina fiscal, Barack Obama, en sus primeras palabras sobre el nuevo gobierno en Grecia, dijo que “la prudencia fiscal es importante, y las reformas estructurales son importantes en muchos de estos países. Pero lo que hemos aprendido en la experiencia de EEUU es que la mejor manera de reducir el deficit y restablecer la solvencia fiscal es el crecimiento”.
Para los economistas estos debates tienen antecedentes históricos y las posturas actuales no son del todo nuevas. Más que representar una polarización entre Merkel y Tsipras, forman parte de un debate histórico sobre cuál es la mejor estrategia para salir de una recesión. Las diferencias en política económica que desde el 2008 se han manifestado con renovada fuerza comparten en esencia las características del debate de mediados de siglo XX entre Freidrich Hayek y John Maynard Keynes.
Este último propuso, en su Teoría general del empleo, el interés, y el dinero (1936), que las recesiones económicas son producto de una demanda debilitada: los consumidores no tienen suficiente para gastar, y esto hace que el crecimiento comience a menguar. Para salir de la crisis, dice Keynes, es necesario que el gobierno aumente su gasto público, darle un respiro a la población de modo que esta pueda empezar a consumir nuevamente, y así restablecer la demanda. Keynes, en definitiva, estaría contra las medidas de austeridad.
Hayek, que formaba parte de lo que se conocería como la escuela austríaca de pensamiento económico, explica en El camino a la servidumbre (1944) que las recesiones son parte normal del ciclo económico, y que tomar acciones desde una planificación central, como los estímulos gubernamentales sugeridos por Keynes, pueden generar situaciones aún menos deseables. Aunque sea cierto que el debate actual incluye consideraciones en función de las economías modernas, que son más complejas e interconectadas, se podría decir que en líneas generales seguimos viviendo bajo la influencia de estos dos importantes economistas.
Uno de los representantes contemporáneos de la escuela de Keynes es Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2008, quien recientemente escribió un artículo en su columna de opinión para el New York Times sobre la deuda en relación con la situación europea. Las reformas de austeridad, según Krugman, son el resultado de un entendimiento errado de lo que significa la deuda a escala internacional. Muchos han entendido la deuda de Grecia tal y como podría entenderse cualquier deuda a escala individual o familiar: mientras más deuda, más pobre. Pero cuando hablamos de la deuda de la economía mundial, ya que a escala mundial no es más que dinero que nos debemos a nosotros mismos, Krugman explica que la deuda “no hace a la economía más pobre (y pagarla no nos hace más ricos)”. El plan de austeridad en el que incursionó Europa bajo el liderazgo de Merkel consiste en bajar gastos públicos en todos los países (incluyendo Alemania), y no solo los que tenían deudas con otros países (como es el caso Grecia). Si bien es cierto que los más endeudados debían apretar el cinturón, la austeridad aplicada a todo el continente terminó por disminuir el crecimiento, haciendo imposible el pago de los compromisos por parte de los más débiles.
Al polo representado por Tsipras lo podríamos situar en términos generales bajo la influencia de Keynes y sus representantes contemporáneos (o por lo menos eso parece hasta ahora). Forman parte de los que piensan que disminuir el gasto publico y aumentar impuestos no es lo que va a sacar a Grecia de la crisis. Restablecer la dignidad de los griegos podría traducirse en términos económicos como restablecer su poder adquisitivo, y para esto Tsipras cree que se necesita aumentar -no disminuir- el gasto público de la región.
Sin embargo, muchos se preguntan cómo es que Grecia, un país con €323 mil MM de deuda, puede aumentar sus gastos. La postura de Merkel es sencilla: si tienes una deuda, debes bajar tus gastos para pagarla. Esto, en pocas palabras, es lo que impulsa a las políticas de austeridad. Los altos niveles de deuda, sobre todo en referencia al PIB (actualmente la deuda es 175% del PIB), hace difícil la atracción de inversiones privadas – que podrían estimular la economía para salir de la deuda. Las políticas de austeridad afirman que las reformas estructurales acompañadas de rigor fiscal -un camino que Merkel asegura les permitirá pagar la deuda- ayudarían a recuperar la confianza de los inversionistas.
Para lo que se encuentran en el polo pro-Merkel las razones por las que el plan de austeridad no ha dado frutos en Grecia no tienen que ver con la austeridad en si misma. Factores como las constantes protestas entre 2010-2012 han presuntamente causado pérdidas importantes en la industria turística, que constituye el 15% de PIB, por ejemplo. Pero la principal causa que identifican quienes defienden a Merkel sigue siendo la corrupción. La recesión prolongada ha hecho que los sobornos y la evasión de impuestos se mantenga a niveles comparables a los que existían en Grecia previo al rescate financiero de la Troika (FMI, BCE, UE), y que en parte contribuyeron a generar la catástrofe económica del 2010. Si se hubieran atenido a las reformas y eliminado la corrupción, dicen los más conservadores, la economía ya estuviera mostrando señales de recuperación.
Pero para Tsipras la deuda es imposible de pagar, y de no llegarse a otros acuerdos Grecia estaría condenada, como Sísifo, a cargar con el peso de la deuda para siempre. Continuar con las políticas de austeridad no ha contribuido al crecimiento del PIB (que se ha contraído 25%), permitiendo que continue con un ciclo vicioso de endeudamiento y austeridad, mientras merma la calidad de vida de los griegos (los estándares de vida de Grecia están a 60% del promedio europeo).
Grecia, además, no es el único país de la Eurozona que ha tenido problemas para salir de la crisis con las medidas de austeridad (aunque ciertamente es uno de los menos exitosos). La creciente popularidad de Podemos en España podría explicarse como una reacción anti-Merkel parecida a la que llevó a Tsipras al poder. Si bien Pablo Iglesias es para algunos una amenaza de totalitarismo al estilo Cuba y ahora Venezuela (y esto forma parte de las campañas en su contra) hay que recordar que el verdadero marco en el que surgen estas fuerzas de izquierda tienen que ver con las políticas económicas de austeridad y los intentos fracasados de salir de la recesión. Que el partido de Tsipras haya formado una coalición con un partido de derecha nacionalista indica que las prioridades políticas de la población giran en torno al apoyo o rechazo de la austeridad Merkeliana (y sus percibidas consecuencias), y no necesariamente en torno a otros aspectos de la separación tradicional entre izquierda y derecha – aun cuando éstas se encuentren en la base.
Lo cierto es que las promesas electorales de Tsipras parecen haber sido en serio. Poco después de asumir el poder el 26 de enero, comenzó por paralizar la privatización de la Corporación Publica de Energía de Grecia, la empresa de energía eléctrica más grande del país, que iba a vender 17% de sus acciones como parte de los requerimientos de la Troika. También paralizó la venta del 67% del puerto de Piraeus, el principal de Grecia y entre los más grandes del mediterráneo. Además de evitar las privatizaciones, Tsipras ha prometido aumentar el sueldo mínimo a €751 mensuales, el valor que tenía antes de comenzar con las reformas (ahora está por debajo de 500), y restituir empleos públicos que fueron eliminados.
Este tipo de medidas en definitiva aumentarán el poder adquisitivo de los griegos a corto plazo, pero para que funcionen a largo plazo el gobierno de Tsipras va a necesitar la cooperación de Europa. El ministro de finanzas Yanis Varoufakis se está reuniendo con líderes de la Eurozona, pero ya ha expresado que no quiere lidiar con la vieja Troika – o por lo menos no en la misma capacidad que antes. Entre sus propuestas está la utilización de fondos europeos para recapitalizar a los bancos, así como la consolidación de un porcentaje (hasta 60%) de las deudas europeas. Quizás comenzarán a resurgir los debates de 2012, cuando se hablaba de la emisión de Eurobonos para consolidar la deuda.
Sin embargo, es difícil imaginar a Merkel, quien ya en 2012 se le opuso a la opinión pública alemana cuando decidió rescatar a Grecia por segunda vez, aceptando una consolidación de deudas que implicaría meter la mano nuevamente en bolsillos alemanes. Más recientemente Varoufakis ha hablado de un préstamo puente, que no es más que un préstamo diseñado para un período de tiempo determinado, implicaría la posibilidad de pagarlos cuando el incremento del gasto público comience a generar crecimiento. A estas propuestas el holandés Jeroen Dijsselbloem, actual presidente del Eurogrupo, respondió que “nosotros no hacemos préstamos puente”.
Según Dijsselbloem, Tsipras tiene hasta el 16 de febrero para aplicar a una extensión del programa de rescate que públicamente ha rechazado. Si no lo hace, y no logra otros acuerdos, su gobierno podría quedar sin presupuesto en cuestión de semanas, y la probabilidad de un “Grexit” aumentaría. Para el 28 de febrero, si Grecia aún no acepta los €7.2 MM de pago que corresponde según el programa establecido de rescate, estarán oficialmente fuera del programa y buscando sobrevivir solos ante los mercados internacionales. En casa, sin embrago, la postura firme es recibida con entusiasmo. Según una encuesta realizada por la Universidad de Macedonia, el 72% de los griegos están a su lado en lo que concierne la confrontación con la Troika – incluyendo un 43% de los que votaron por Nueva Democracia (su oposición). Para evitar la extensión, el gobierno de Tsipras muy probablemente tendrá que hacer otras concesiones para mantenerse a flote mientras sigue intentando renegociar la deuda. La privatización del puerto de Piraeus, por ejemplo, podría representar hasta €800 millones, pero tendrán que asumir el costo político de la moderación.
Hasta ahora Tsipras y Merkel no se han visto en persona, pero ambos asistirán a la reunión de líderes de la Unión Europea este jueves 12 de febrero. Los acuerdos políticos que se puedan generar en estas semanas podrían ser determinantes. Tsipras continuará buscando apoyo en su postura, mientras que sus opositores buscarán aislarlo en sus propuestas. Lo cierto es que en estos momentos el futuro de Europa -aunque pareciera depender exclusivamente de factores económicos- se está debatiendo en términos políticos. Los actores se están alineando en función de dos visiones incompatibles para el futuro del viejo continente: la de Merkel y la de Tsipras. Es un juego político, y Tsipras comenzó a jugar desde los primeros momentos como primer ministro, identificándose públicamente con los griegos que, aún tratándose de otro contexto, se resistieron con determinación al control de los alemanes.
Como suele suceder con los movimientos populistas, y Syryza no es una excepción, cuando llegan al gobierno tienen que recular en muchas promesas electorales irreales una vez que la realidad les da de lleno en la cara: “Tsipras suspende su programa: el rescate, la austeridad y la troika siguen en pie” (http://www.libremercado.com/2015-02-21/tsipras-suspende-su-programa-el-rescate-la-austeridad-y-la-troika-siguen-en-pie-1276541331)