Mercedes decidió ignorar la trombosis, ese agudo dolor en sus piernas que apenas la deja caminar, y salió sola de su casa en la avenida Las Palmas, del Municipio Libertador de Caracas, este 5 de junio. El reloj en su muñeca marcaba las cuatro de la madrugada y del cielo caía una breve llovizna fría que la acompañó hasta que llegó a las afueras del hotel Alba, en el mismo municipio.
Frente al hotel encontró tres largas y variopintas filas de personas, formadas para recibir la vacuna contra el COVID-19. Mercedes se ubicó al final de la cola para aquellas inscritas en el sistema Patria, que recibieron un mensaje de texto con la indicación de trasladarse hasta las adyacencias del sector Bellas Artes para inmunizarse contra el virus. Allí permaneció durante cuatro horas.
Es el séptimo día desde que inició la segunda fase del plan nacional de vacunación masiva en Venezuela que en la capital comenzó en la edificación de lo que hasta 2010 fue el Hotel Hilton Caracas.
Desde el sábado de la semana pasada la imagen de largas colas de gente de la tercera edad, y también de menos edad, se repite día a día.
A las nueve y media de la mañana de este 5 de junio todavía hay 40 personas frente a Mercedes y ella siente el peso de sus 71 años sobre las rodillas.
Recuerda su trabajo de enfermera y ahora, jubilada, piensa en todo el tiempo que tuvo que mantenerse de pie laborando en el Hospital Universitario en una época donde el virus no existía. De pronto decide que ya no puede más.
Detrás de ella, María de Barrios y su gemela de 62 años cuidan de Filomena Meléndez, la madre de ambas. Una mujer de 81 años, pequeña de estatura y frágil al primer vistazo, que sufre de Alzheimer. Filo, como le dicen, se mantiene sentada en un banquito de plástico que las hermanas se encargaron de traer con ellas para soportar la jornada desde las 5:30 a.m.
De Barrios acaba de conocer a Mercedes, pero eso no le impide conversar para hacerle caso omiso al cansancio y el dolor de espalda. Hablan de que solamente están poniendo la vacuna Sputnik, porque la Vero Cell no ha llegado.
“Yo ya no me vacuno. Estoy agotada”, interrumpe Mercedes a mitad de la charla. “No aguanto las piernas, me voy”.
Pero María la detiene y le dice que están cerca. Que poco falta. Como Mercedes no parece convencida y arruga el ceño con fuerza, De Barrios toma con cuidado a Filomena del brazo y la levanta del banquito. Filo se tambalea, desorientada, pero se deja poner de pie.
“Siéntate un momento”, le pide María a Mercedes.
“¡No, chica! ¿Cómo vas a parar así a la pobre?”, exclama Mercedes.
“Qué va. Filo puede pararse un momento. Mejor que estire las piernas, no se nos vaya a engarrotar. Siéntate cinco minutos, pues. No te vayas, mujer. Confía en Dios. Vamos a llegar ahorita, te van a vacunar y te vas para tu casa. Si no tienes paciencia, las cuatro horas que llevas aquí no van a servir para nada”, responde Del Barrio.
Mercedes lo piensa y se sienta en el banquito con cuidado. Pero al cabo de unos minutos se levanta y ayuda a sentar a Filomena, que se balancea de un lado a otro.
“Lo que hago para no morirme de COVID-19, de verdad, chica”, comenta Mercedes. La fila avanza un poco y ella decide respirar profundo. “Vamos a seguir hablando, para pasar el tiempo. Eso sí, si me dan las 12 del día yo me voy y ya no vuelvo más”, culmina.
La vacuna en Venezuela
Para el 4 de junio, el ministro de Comunicación de Nicolás Maduro, Freddy Ñáñez, informó que en el país se confirmaron 239.252 casos de COVID-19 hasta la fecha y se contabilizan un total de 2.698 paciente fallecidos en los últimos 446 días.
Venezuela está en el último lugar en el área de vacunación en América Latina. En el país solo se han recibido nueve cargamentos de vacunas este año: 930.000 de Rusia y 1.800.000 de China.
La vacuna de China fue desarrollada por la empresa farmacéutica Sinopharm y el Instituto de Productos Biológicos de Beijing. A esta se le conoce simplemente como «VeroCell».
Por otro lado, la Sputnik V es la enviada por Rusia. Hasta el momento, a Venezuela solo ha llegado 9,3% de las 10.000.000 vacunas que se esperaban.
Si se toma en cuenta que se requieren dos dosis de vacunas, las reservas con las que cuenta Venezuela alcanzarían para inmunizar a 1.365.000 personas en 2021. La fase de vacunación de la población tan solo empezó el 29 de mayo y en el país hay al menos 28 millones de personas, según el Banco Mundial.
Una espera interminable
Desde el pasado 29 de mayo, el hotel Alba es uno de los centros activos de vacunación contra el COVID-19, en Caracas. Este sábado 5 de junio, la jornada comenzó a las 8:00. Unas horas antes, la Policía Nacional Bolivariana organizó tres filas: la primera, solo para el personal de salud; la segunda, para las personas registradas en el sistema Patria y que recibieron un mensaje de texto para acudir al sitio; la tercera, para rezagados del día anterior, personas con discapacidad y población en general que decide ir por su cuenta a inmunizarse.
A las 10 de la mañana, la fila más larga es la de los registrados en el sistema Patria: llega hasta la avenida Bolívar, pasando por toda la calle 21 sur. Hay ojos cansados, jóvenes y adultos muy cerca los unos de los otros. Una pareja con un bebé se queja de la información que se recibe a través de los mensajes de texto.
“Te dicen que vengas a las 9:00 a.m. pero igual te mandan a hacer la cola si llegas a la hora pautada. Entonces no entiendo para que te escriben la hora en la que tienes que venir si al final no le paran a eso”, dice la mujer, sosteniendo al bebé. Este tiene tres meses y duerme envuelto en una pequeña sábana azul. Nació el 17 de febrero y, aunque su madre prefiere tenerlo bajo techo, no cuenta con nadie que pueda cuidarlo.
Las nubes de la lluvia de la madrugada aún no se alejan. El padre del bebé sostiene un paraguas. Espera con paciencia, pero los tres están casi al final de la fila. Será un día largo.
En la acera de enfrente, una funcionaria de la Alcaldía de Caracas fuma un cigarrillo con un banquito de plástico levantado sobre su hombro izquierdo. La delata la gorra azul en la que se lee SUMAT, en brillantes letras amarillas. Deja el cigarrillo antes de contarle a Efecto Cocuyo que es abogada.
“Estamos saltando de un lado para otro para ver dónde es que podemos vacunarnos. La alcaldía, teniendo la alcaldesa que tenemos, debería realizar operativos y organizar a sus funcionarios para que se vacunen. Pero no es así y uno tiene que calarse esta cola. La gente de la alcaldía está súper molesta por el nivel de desinformación que hay”, explica.
La fila de los que tienen el mensaje de texto en sus celulares parece no avanzar. Frente al metro de Bellas Artes, un vendedor de tequeños los ofrece por 1 dólar. Pero, a pesar del volumen de personas formadas en los alrededores, las ventas no van bien. El hombre dice que la mayoría viene preparada con su propia comida y agua, para no tener que gastar dinero innecesario.
Una jornada, un negocio
Pero no todos los vendedores ambulantes perciben bajas ventas en la jornada de este sábado, en los alrededores del hotel Alba. Carlos, de 19 años, encontró un negocio muy lucrativo en sentarse frente a las filas de personas que aguardan para recibir una dosis.
Vendiendo café y cigarrillos en un solo día, hace una semana, logró juntar 8 dólares, que le sirvieron para comprar más mercancía. Sobre una mesa plástica acomoda tres bolsas de caramelos, una caja de chocolate árabe, otra de galletas oreos, un termo de café, una docena de yesqueros y un teléfono con el que alquila llamadas.
“A veces vengo a vender a las 12 de la noche. Aquí dónde me ves, estoy amanecido”, dice Carlos. Se refiere a que las personas que van a vacunarse en ocasiones pasan la noche en las afueras del hotel Alba para ser los primeros en recibir la dosis el día siguiente. Entonces, el vendedor aprovecha para ofrecer café y cigarrillos.
Carlos también dice que no se ha vacunado porque ya enfermó de COVID-19 anteriormente. Tampoco piensa hacerlo en un futuro. “Me la curé a punta de guarapo”, asegura.
Por otro lado, hombres y mujeres que venden platanitos caminan de aquí para allá y son constantes. A las 11:00 de la mañana, las nubes de lluvia han desaparecido y el sol empieza a molestar.
Al fin, vacunado
Ángel Pérez salió de Guarenas a las dos de la madrugada, en su propio carro. Llegó a la avenida México de Bellas Artes a las tres, tras recorrer los 36 kilómetros que separan la ciudad dormitorio mirandina del centro de Caracas. Usa doble tapabocas y parece relajado mientras revisa el celular en la entrada del hotel. Acaba de recibir la primera dosis de la Sputnik, luego de siete horas de espera.
“Sí confío en la vacuna. Pero no me pienso quitar el tapabocas”, afirma Pérez. Se siente tranquilo porque llegará a casa a la hora del almuerzo.
Tuvo suerte, porque las vacunas se acaban al caer la tarde. Y no es el único que salió de su hogar en la madrugada. Rosmira Rodríguez, de 49 años, caminó desde la Candelaria para llegar a las 2:00 a.m. a la puerta del hotel sin saber si podría vacunarse o no. Efecto Cocuyo no pudo comprobar si lo logró.
El olor del pasillo de los artesanos
El llamado pasillo de los artesanos de Bellas Artes conecta con Parque Central. La fila de los rezagados, jóvenes, personas de la tercera edad sin el mensaje de texto y demás, se alarga por allí. Entre ellos hay cierta distancia y todos tienen el tapabocas bien puesto.
El pasillo huele a humedad y orine concentrado, pero eso no impide que algunos coloquen sillas y banquitos en el suelo para no tener que esperar de pie. De pronto, las personas repiten que ya están poniendo la vacuna Vero Cell.
Una mujer, que no quiso identificarse, intenta por segunda vez inmunizarse luego de que el 4 de junio se acabaran las vacunas a las 4 de la tarde. Ella recibió el mensaje de texto, que la citaba a las 2 p.m. Pero de nada sirvió mostrarlo a los policías de la entrada del céntrico, pues la enviaron a hacer fila como a todos.
Este sábado se encuentra en la fila de rezagados. Sin embargo, tiene fe de poder vacunarse. Caminó desde San Bernardino, sector al norte de la ciudad, y llegó a las 9:00 a.m. Así que cuando un funcionario de la Policía Nacional Bolivariana anuncia, casi al mediodía, que ya no van a vacunar a los menores de 60 años suspira con alivio.
Tiene 72 años. Hay esperanza.